Acelerar el cambio con educación y cultura del agua

Por: Oscar Luna
consultor en Cultura del Agua

Desde su promulgación por la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 1992, el Día Mundial del Agua (DMA) representa una oportunidad para que en el mundo se reflexione en torno a la importancia que tiene el agua para el desarrollo sostenible, así como los retos vigentes en la gestión integrada de los recursos hídricos y las acciones que los diferentes usuarios e instituciones deben asumir en lo individual y colectivo para la preservación del vital recurso.

Cada 22 de marzo, la ONU plantea un mensaje que hace énfasis en la apremiante situación que prevalece en el mundo con respecto a la escasez del agua y en ese sentido emite un informe mundial sobre el desarrollo de los recursos hídricos, con datos actualizados y recomendaciones para orientar el quehacer de los diferentes gobiernos e instituciones hacia una solución conjunta.

Este año la celebración del Día Mundial del Agua propone como tema “Acelerar el cambio” con la finalidad de recordar que nos encontramos en camino al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), establecidos en 2015, reconociendo que aún hay mucho por hacer para alcanzar el objetivo número 6: “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. 

Por mencionar algunos datos de referencia en México y el mundo destacan:

  • Más del 40% de la población mundial sufre escasez de agua.
  • 2,400 millones de personas en el mundo no cuentan con servicios de saneamiento. 
  • En México 5.6 millones de personas no tienen acceso a agua potable entubada. 

A pesar de aun no lograr una cobertura total en el acceso al agua potable y saneamiento, son muchos y muy significativos los avances alcanzados, sobre todo que no se trata de una labor sencilla por las cuestiones naturales, económicas y sociales que prevalecen en el planeta y que incluso se hicieron más palpables ante la pandemia por Covid-19. 

La celebración del Día Mundial del Agua permite también reflexionar y cuestionarse cuál es el papel de la sociedad para alcanzar el ODS 6, y distinguir a la educación y la cultura como herramientas que coadyuven a la implementación de métodos que mitiguen la falta de sostenibilidad hídrica.

Si bien los avances científicos y tecnológicos, así como la legislación y políticas públicas juegan un papel muy importante en la gestión del agua, sigue prevaleciendo el desconocimiento y la desvalorización de los recursos hídricos.

Hay un enorme reto para los organismos operadores de agua y todas aquellas dependencias y empresas involucradas en la administración de los recursos y lograr llevar el agua a los hogares, además de promover el rechazo a los comportamientos negativos como el desperdicio, el vandalismo, la clandestinidad y la falta de pago por el servicio.

Actualmente hay muchas personas que no saben de dónde proviene el agua que brota de los grifos cuando giran la llave, incluso cuando dejan de tener el servicio, no saben cuáles son los verdaderos motivos de ello, mucho menos conocen qué pasa con el agua que ya fue usada y se escurre por el drenaje.

Es primordial voltear la mirada a la educación formal y no formal, desde la actualización curricular, capacitación docente, hasta las prácticas de fomento cultural que organismos operadores, instituciones educativas, sociedad civil y sector privado impulsan, tanto para romper la brecha del trabajo desarticulado, como para replantear los enfoques del quehacer en la materia, rompiendo viejos paradigmas hacia una educación transformadora.

La UNESCO reconoce que el conocimiento y el aprendizaje son los mejores recursos renovables para hacer frente a los desafíos e inventar otras alternativas, y en ese sentido la educación no solo responde a un mundo cambiante, sino que transforma las vidas y al mundo. Bajo ese contexto, a finales de 2019 presentó la iniciativa Los futuros de la educación, que propone reinventar la manera en que el saber y el aprendizaje pueden configurar el futuro.

Entre sus planteamientos menciona:

  • Aprender a estudiar, preguntar y construir juntos: la adquisición de conocimientos debe reformularse como un proceso que no consiste simplemente en capacitar a las personas, sino más bien en conectar a las personas entre sí e intergeneracionalmente.
  • Aprender a movilizarse colectivamente: no solo poner en práctica el aprendizaje en el lugar de trabajo sino el desarrollo de habilidades y competencias que permitan la acción colectiva.
  • Aprender a vivir en un mundo común: implica la capacidad de reconocer y respetar lo estrechamente vinculados que estamos entre nosotros desde el punto de vista biológico, político y social. 
  • Aprender a atender y cuidar: no solo el desarrollo de la propia personalidad y el poder actuar con independencia, criterio y responsabilidad personal sino entendernos como personas capaces y vulnerables. Nos obligaría a reflexionar sobre cómo afectamos a los demás y al mundo y cómo estos nos afectan.

Debemos discutir y replantear lo que se hace en materia de educación y cultura en torno al agua y, su gestión, aprovechamiento y cuidados, así como la difusión de valores, conocimientos y acciones que se requieren implementar para realmente “acelerar el cambio” hacia la sostenibilidad.

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